Una tribu amerindia, los shoshone, creían que los coyotes y los lobos eran los creadores del mundo y que, cuando un miembro moría, su espíritu era llevado a la tierra del coyote. El lobo vigilaba el camino que recorría el muerto, y en cuanto despertaba lavaba en el río el alma del difunto, que una vez purificada podía entrar en la Tierra Prometida.
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